domingo, 17 de agosto de 2008

EL LLANTO DE UN PEQUEÑÍN


Oír el llanto de un niño. Dejar de sentir las sábanas que nos han estado tapando durante toda la noche. Posar los pies en el suelo y sentir que el niño ha dejado de llorar. Abrir la ventana de la libertad y todo lo que vemos es un mundo lleno de espigas. Poco tentador ayudarse de un cielo lleno de nubes para que ese niño sonría. Un caramelo que haga soltar esa carcajada, ese sonajero o esas llaves que tanto les gusta para hacer que su cara refleje algo que no siente.
Niños que cuando crecen se dan cuenta de que los reyes magos y papa noel son hombres disfrazados con un único motivo por el que vivir. Esos ángeles que hacen de su mundo una inocencia, un pequeño mundo en el que las cataratas de agua y los muñecos están por todas partes.
Sería genial vivir en el mundo de los niños para siempre, en el que la dulce inocencia con su gran sonrisa, despejara un mundo de mentiras y desunión. Abrir completamente los ojos como un niño y ver el mundo a través de los ojos de un ignorante.
Echar a correr pensando en todo lo que se deja atrás, sin importar nada ni nadie que lo merezca. Y caernos como un pequeño bebé en sus primeros días. La única diferencia es que nosotros si nos hacemos daño.
Los llantos de un niño sirven para que alguien que lo escuche corra a socorrerle.
Cuando crecemos intentamos llorar cuando nadie está para que nadie venga y poder sufrir en soledad, sin preguntas, sin porqués, sin manos que nos acaricien y nos quiten las lágrimas.
Buscar un cobijo, un lugar que nadie haya experimentado antes y ver que hasta en los más incógnitos lugares la verdad y la mentira ya han pasado la noche.
Siendo mayores, ¿que sonajero o que llaves pueden hacer que nuestras noches llenas de llantos se conviertan en una noche de juegos y sonrisas?

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